martes, 28 de agosto de 2012

MANIFIESTO VITALISTA


Releo en estos días de final de Agosto La Casa de Bernarda Alba, un drama que empequeñece todas mis angustias existenciales. En el primer acto resuena tronante la voz de la matriarca lorquiana imponiendo desde el mismo instante de la muerte de su esposo un larguísimo duelo a las cinco hijas de ambos:“En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas”. Repito en mi cabeza la sentencia de Bernarda e inevitablemente pienso en estos tiempos de hierro y mediocridad en los que el viscoso avance del miedo nos empuja a vivir una especie de duelo a cadena perpetua que ya excede el límite de la sobriedad y la prudencia.
Cordura. No sonarán las trompetas del Juicio Final. Tomo distancia respecto al marasmo de apocalípticas profecías y turbios augurios con el que acompaño – todavía – mis tres comidas diarias y reflexiono:
Primero: La realidad, toda entera, en todas sus formas, es cambiante, lo que significa que esencialmente es imprevisible. Segundo: En la corriente de la vida, que nunca se detiene, que nunca para, que nunca avisa, placer y dolor se entremezclan irremediablemente. Odiar sufrir es renegar de la vida y, además, hacerlo sin objeto porque jamás podremos transmutarla. Tercero: (es obvio pero casi siempre parece mentira) el embravecido río de la vida inexorablemente acaba encontrando un mar en el que descansar. Placeres y rigores son pasajeros.
Entiendo que formo parte de una cultura muy reactiva, muy antivital y, por tanto, no seré demasiado severo conmigo mismo cuando maldiga mi suerte. Sin embargo, me niego a pensar que asisto al principio del fin, pues fin y principio son cabeza y cola de la serpiente del devenir, que sobre sí se enrosca. Nada, entonces, de duelos, fortines y parapetos. Nada de arrellanarme en la nostalgia de un pasado que nunca fue mejor. Me equipo con la disposición más valiente y me preparo para navegar por donde la vida me lleve. Ligero de equipaje, duro de convicción, venderé carísima mi derrota.

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