lunes, 25 de julio de 2011

¿REBELIÓN EN LAS AULAS? por Paco Espadas

Original publicado en 2001 como editorial de "Entorno educativo", suplemento de la revista Málaga Variaciones
En los últimos tiempos - partiendo del mundo de la educación - ha trascendido a la calle una inusitada preocupación por, al parecer, una forma específica de violencia – la escolar – que está ocupando muchas primeras planas de periódicos, acalorados debates en las emisoras de radio y extensos reportajes televisivos. Ante los análisis y diagnósticos, generalmente faltos de rigor cuando no descaradamente tendenciosos, que se nos ofrecen en estos días por parte de los medios de comunicación, debemos empezar por admitir la complejidad del problema de la convivencia escolar y dejarnos invadir por el sano escepticismo (principio de cualquier investigación seria sobre la realidad). ¿Quién emplea en la Escuela la fuerza? ¿Contra quién? ¿Con qué pretensiones?.
Si damos crédito a los nuevos profetas del caos cuando afirman – titulares de prensa en mano – que los niveles de violencia en la escuela son ya insoportables, la respuesta parece sencilla: un alumnado ágrafo, desmotivado, desnortado y cabreado, apoyado por unos padres superprotectores y frustrados, arremete contra sus profesores, contra el mobiliario, contra sus propios compañeros... mientras la Administración educativa cierra los ojos y deja en el desamparo a las víctimas.
Sin embargo, la representación de la violencia en los centros educativos recluta actores en todas las instancias de la institución escolar. Una mirada más profunda de lo que es habitual podría llevarnos, por ejemplo, a valorar críticamente la influencia sobre las relaciones humanas en los Centros de otros “medios violentos” todavía presentes en la estructura de nuestro sistema educativo (hacinamiento, represión, control, autoritarismo, dominación, intimidación, imposiciones caprichosas, finalidades abusivas, aislamiento de los diferentes...). Con ellos conviven – cotidianamente y sin el amparo de las denuncias mediáticas – nuestros estudiantes. Asimismo, nos debería hacer reflexionar acerca de si las ya muy extendidas soluciones punitivas y policiales (expulsiones, sanciones, castigos, vigilancia privada en los centros...) frente a las educativas (diálogo, integración, participación democrática, planes de actuación compensatoria, propuestas de trabajo motivadoras, dotaciones de espacio, personal y medios materiales adecuados para los centros...) son el remedio o una de las causas de la enfermedad.
Año 2001. Prensa de difusión nacional. Un columnista de enorme audiencia, un “creador de opinión”, nos arenga desde su tribuna a tomar en la escuela (otras) medidas contra la violencia:
Ni siquiera con buenos programas, buenos profesores y padres sensatos servirá el dinero de sus impuestos para que un niño aprenda algo en una escuela pública si en la clase no se guarda la más estricta disciplina (...) Da igual tener 20, 30 o 40 alumnos por clase si esos alumnos no se mantienen atentos y calladitos. Sin ese silencio razonable, ostensible e indiscutible, so pena de expulsión de clase y sanción posterior, la tarea del profesor es peor que la de Sísifo y no menos inútil. Explicar cualquier cosa mientras dos bigardos con acné se contorsionan en los bancos del final, dos proyectos de maruja intercambian risitas ante una foto de Brad Pitt o la fila segunda dispara pelotillas de papel contra la fila cuarta, es convertir al profesor en lo que ya es: carne de psiquiátrico”
Diccionario de la Real Academia. Violentar: «Aplicar medios violentos a cosas o personas para vencer su resistencia». El terrible simbolismo de las palabras nos hace confundir a víctimas con verdugos.


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