Original publicado en 2006 en la revista Docudomia
Una conocida firma de moda de NY presenta estos días un perfume que – dicen sus creadores – ha logrado embotellar el olor perfecto de una nueva generación de jóvenes para los que la tecnología es sencillamente una necesidad.
Los llaman “tecnosexuales” y afirman que son chicas y chicos de entre doce y veintitantos años, un tanto malcriados, caprichosos y estresados por la rapidez con la que se suceden los acontecimientos a su alrededor, pero optimistas respecto al futuro y, sobre todo, que usan la tecnología para conectarse con otros jóvenes porque el “face to face” no les proporciona ni la inmediatez ni la desinhibición que les facilita el ordenador.
Una conocida firma de moda de NY presenta estos días un perfume que – dicen sus creadores – ha logrado embotellar el olor perfecto de una nueva generación de jóvenes para los que la tecnología es sencillamente una necesidad.
Los llaman “tecnosexuales” y afirman que son chicas y chicos de entre doce y veintitantos años, un tanto malcriados, caprichosos y estresados por la rapidez con la que se suceden los acontecimientos a su alrededor, pero optimistas respecto al futuro y, sobre todo, que usan la tecnología para conectarse con otros jóvenes porque el “face to face” no les proporciona ni la inmediatez ni la desinhibición que les facilita el ordenador.
Probablemente la anterior descripción les haya permitido identificar a alguno de sus hijos o hijas (quizás en estos mismos instantes estén conectados a la Red), incluso les haya hecho sentir la inquietante presencia de un enemigo sin rostro. Pero es tan normal la fascinación de los chicos por la tecnología como los recelos de ustedes hacia semejantes intrusos: en todas las épocas los humanos hemos temido a los artilugios, desde la imprenta al televisor pasando por el coche o el cine. También los hemos acabado reconociendo como vanguardia del progreso. Por eso, aunque el cuerpo les pida iniciar una cruzada prohibicionista contra el Messenger de sus hijos, con el consiguiente coste en suspicacias e incomunicación, les invito a asumir el apasionante reto intelectual de integrar en sus vidas las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. El conocimiento profundo y compartido de éstas será, tal vez, el mejor antídoto contra los excesos en su uso que, sin duda, comenten los chavales como natural consecuencia de su proceso de maduración.
Créanme, sus hijos e hijas pertenecen a una generación que, con sus defectos, no es ni menos inteligente, ni menos activa, ni menos creativa que la suya. Eviten, por favor, imaginárselos abducidos del mundo real por la cacharrería tecnológica o permanentemente embobados con idioteces. Miren en el salón de casa a esa gente que tras la pantalla insulta, vocifera o destripa inmisericorde la vida de los otros. Va a resultar que la atmósfera del ciberespacio no es tan irrespirable.
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