Original publicado en la revista Docudomia
Contaban del genial Jorge Luis Borges que recibió
con tal sorpresa la noticia de que su primera obra publicada había
vendido seis ejemplares, que a través de su editor y librero de
Buenos Aires se propuso localizar – y al parecer localizó – a
los compradores para darles a cada uno de ellos personalmente las
gracias: Borges no daba crédito a que seis perfectos desconocidos se
interesaran por él.
Me fascina nuestra, paradójicamente ensimismada, “sociedad de
la comunicación", siempre avanzando imparablemente al tiempo que
crece, igualmente imparable, la resistencia de la gente a comunicarse
entre sí. Tanto nos obstinamos en comportarnos como líneas
paralelas, incapaces de aproximarse más acá del infinito, que
aunque el mundo entero parezca diseñado para encontrarnos con los
otros sentimos, como le ocurriera al joven Borges, íntimo
agradecimiento cada vez que alguien decide prestarnos su atención.
Las innegables dificultades del acto de comunicarse
radican, la mayoría de las veces, en el exceso de ruido. No se trata
del ruido ambiental, sino del que produce lo que somos (lo que
valoramos, lo que elegimos, lo que criticamos, lo que imponemos …)
elevándose muy por encima del umbral sonoro de lo que
decimos. Creo que no es ocioso reflexionar sobre esto, aunque la
mayoría preferirá seguir armando estruendo con quejas y lamentos
sobre la manifiesta sordera de los demás.
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