jueves, 5 de diciembre de 2013

¡UN PALO!



original publicado en la Revista Basket Fem Diciembre 2013

Estos días hemos escuchado en clase de filosofía una antigua canción de Pink Floyd que habla del tiempo y de la extendida costumbre entre la juventud de perderlo en naderías, como si su cuenta corriente de minutos dispusiera de un crédito ilimitado. No he hablado demasiado bien del mensaje de Time, que así se llama la pieza. Al contrario, les he transmitido a mis estudiantes que vivir no es un problema de economía del tiempo sino de prodigalidad de oportunidades y que la mayoría de las veces eso que los adultos llamamos “perder el tiempo”, ese “no hacer nada” que tanto nos enerva de los jóvenes, coincide con momentos de plenitud que sería delito desaprovechar. Les mencioné como ejemplo el juego, recordando la última campaña de una conocida marca de refrescos sin burbujas que ha tenido la feliz ocurrencia de reivindicar la desbordante imaginación y la infinita creatividad que es capaz de desplegar un individuo de la especie humana, si no median prejuicios y acomodamientos, cuando se pone en sus manos un simple palo, una piedra o una caja de cartón. Por el poder del juego, la desnuda realidad de la madera, la piedra o el cartón es transformada en varita mágica, joya extraterrestre o nave ultraveloz con la que surcar el firmamento sin salir del salón de casa.
Hacía estas reflexiones en voz alta cuando caí en la cuenta de que, además de profesor de filosofía, soy entrenador y de que, por tanto, debería jugar y convivir a diario con jugadores. Sin embargo, me entristecí constatando que esa cosa llamada baloncesto se está convirtiendo en algo tan extremadamente serio, que ya no podemos perder el tiempo en jugarlo porque jugar nos distrae de preparar profesionales, diseñar estrategias y ganar campeonatos. Para eso no hay tiempo que perder. Me pregunto en qué aciago día permitimos que trabajar, rendir, competir y ganar entraran por la puerta del pabellón, porque ese fue el preciso momento en que divertirse, reír, emocionarse y soñar salieron por la ventana. Quizás por eso se oyen cada vez más voces tronantes y menos risas tintineantes en las canchas.
Vivimos en la sociedad del rendimiento y la autoexplotación, del "todo es posible" y del "sí, se puede". Falsas consignas, signos de una supuesta libertad que frustra y deprime. Los entrenadores no somos ajenos a sus encantamientos y cegados por ellos nos empeñamos en que la chavalería llame al palo, palo; a la piedra, piedra y al baloncesto, trabajo. La consecuencia: el agotamiento anímico. De ella. De nosotros. Hemos llenado nuestros partidos y entrenamientos de tanta actividad productiva, de tanto baloncesto, que apenas ha quedado hueco para ese niño que reía más de trescientas veces al día y nos malhumoramos porque entrenar no es un juego y regañamos a nuestros jugadores porque no se comportan como “deben”, y en vez de disfrutar del momento nos angustiamos por lo que no salió ayer y por lo que tiene que salir mañana. Como si hubiera mañana.
Unos misioneros llevaron unos machetes a un pueblo de la Amazonia. Al año siguiente regresaron y les preguntaron contentos de haberles ayudado: “¿Habréis recolectado el doble, verdad?” Y Los indios contestaron: “No, hemos trabajado la mitad”. Pienso que necesitamos recuperar el sosiego y, con él, la capacidad para contemplar y contemplarnos. Tenemos que aprender a jugar con la vida, que es el único juguete que nos acompañará hasta el final. Miremos de nuevo al lado débil y propongámonos, con toda la seriedad de la que seamos capaces, volver a esa “nada” que es soñar con varitas mágicas, joyas extraterrestres y naves espaciales o saltar y bailar alborozados cada vez que la pelota entra en el aro. Para ese propósito nunca el tiempo será perdido. http://issuu.com/pornadaenparticular/docs/basket_fem_n___13

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