miércoles, 2 de octubre de 2013

AUTOESTIMA


Original publicado en la revista Basket Fem. Octubre 2013

Mi amigo y compañero Sergio Risoto (@sergiorisoto) suele decir con mucho acierto que un buen entrenador consigue que sus jugadoras confíen en él, pero que un entrenador excelente logra que sus jugadoras confíen en sí mismas. Creo que el talento al que se refiere Sergio, y que en él brilla con prodigiosa nitidez, es deseable no solo para entrenadores sino también para padres, madres y  compañeras de equipo. De todos los juicios a los que se somete una jugadora, el más importante es el suyo propio y a la formación de ese juicio contribuyen decisivamente las personas más cercanas.
Cuando en mis clases hablo de la autoestima suelo proponer a los estudiantes el siguiente juego: doy a cada uno un trozo de papel que simboliza la cantidad total de autoestima con la que cada  cual cuenta. A continuación voy relatando una serie de acontecimientos cotidianos y pido que cada uno le arranque al papel un trozo equivalente a la confianza en sí mismo que dicho acontecimiento le haría perder. Siempre las rasgaduras más importantes se producen cuando leo supuestos relacionados con minusvaloraciones de su persona y nefastos augurios de su porvenir procedentes de quienes son para ellos referentes vitales básicos: padres, amigos, maestros... He visto a algún estudiante acabar con la totalidad del papel tras escuchar un par de desafortunados supuestos de ese género.
La adolescencia es una de las fases más críticas en el desarrollo de la autoestima. La chica necesita forjarse una identidad firme y conocer a fondo sus posibilidades como individuo. Si durante esta etapa la ayudamos a forjar un sólido autoconcepto, le será relativamente fácil superar la crisis y alcanzar la madurez. Si la hacemos sentir poco valiosa, correrá el peligro de buscar la seguridad que le falta por caminos aparentemente fáciles y gratificantes, pero a la larga destructivos.
 Somos entrenadores de equipos de formación. Somos, por tanto, educadores. Con más motivo que nadie debemos esforzarnos por adquirir esa autoridad que hace crecer, que eleva la confianza y mejora el  autoconcepto de quienes están en el lado débil. Ayudar a madurar y compartir el proceso debería ser el principal motivo del gozo de entrenar. Qué terrible para las jugadoras tener delante a  un entrenador que en lugar de ayudarlas a volar les corta las alas, que en lugar de enseñarlas a creer en sí mismas les pronostica que fracasarán. Qué triste ser así.

Escribió Nietzsche en el prólogo de su obra más universal que un día Zaratustra se levantó de madrugada, se colocó delante del Sol, y le habló así: “Gran estrella ¿qué sería de tu felicidad si no existiesen aquellos para quienes brillas?” ¿Qué sería de un entrenador sin las jugadoras? ¿Cómo no ponerlas, entonces, en valor? Ellas, como dice mi amigo Sergio, sin duda sabrán reconocer que el mejor entrenador, el entrenador excelente, es quien estuvo más interesado en hacerlas florecer que en recoger para sí las flores que arrojaba la grada.

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