Original publicado en Revista Basket Fem, enero 2015
Marcelo
Bielsa es una de esas rarezas del deporte que despiertan más
atención por su filosofía que por sus logros profesionales, un
tipo al que llaman loco pero cuyas intervenciones brillan por
su sensatez y sentido común. Para comenzar el nuevo año quiero
compartir con ustedes la última reflexión del loco Bielsa.
En uno de los recientes entrenamientos con el Olympique de Marsella,
su actual club, Bielsa reúne al plantel en un corrillo e inicia una
de esas charlas motivadoras que son habituales en cualquier equipo.
En este caso, el técnico se dirige a uno de sus jóvenes pupilos, el
lateral Benjamin Mendy, de solo 20 años, y le dice que él sabe –
y todos saben – que si se lo propone llegará a ser uno de los
principales defensas del mundo; una millonaria estrella del fútbol.
Hasta aquí todo normal. Pero en ese instante Marcelo le revela al
joven Mendy algo que debe tener en cuenta antes de tomar esa
decisión: “El éxito te restará posibilidades de ser feliz”.
Ante la atónita mirada del chaval, Bielsa insiste: “Ser
el mejor te quitará horas con tu mujer, con tus amigos; te quitará
fiestas, diversión. Ustedes (los deportistas superprofesionales)
tienen un serio problema: les sobra el dinero, pero quisieran comprar
el tiempo. Pagarían por poder hacer lo que hace cualquier persona.
Ser el mejor es una elección. Si vos elegís que no querés ser el
mejor del mundo, ¿qué problema hay? No hay ningún problema. Solo
hay que saberlo".
Resulta
muy familiar el dilema que plantea Bielsa: todo no se puede tener en
la vida; hay que elegir. Hemos repetido esto infinidad de veces a
nuestras hijas e hijos. En efecto, pareciera que nuestras vidas
fuesen una constante búsqueda de ese “justo medio” aristotélico
entre la presunción (congestionar nuestro pecho de ambiciones,
ilusionarnos con la idea de que todo el monte es orégano) y la
desesperación (hundirnos con la visión de que cualquiera de
nuestras expectativas es vano espejismo) y que debiéramos evitar por
igual la codicia y la indiferencia. Sin embargo, la cultura liberal
dominante (“serás todo lo que quieras acumulando todo lo que
merezcas”) anula nuestra búsqueda y deja establecido que “el
éxito” es la meta que justifica sin reservas la renuncia a
cualquier proyecto, actividad, relación o placer que no esté
estrictamente ligado a su consecución. Es la perspectiva dominante
del actual ministro de educación, José Ignacio Wert, cuando afirma
que las asignaturas relacionadas con el arte o la filosofía
“distraen” al estudiante de sus verdaderos objetivos; la misma de
los entrenadores que erróneamente creemos tener en nuestros equipos
deportistas profesionales en lugar de chicas y chicos que no buscan
de momento (quizás nunca) ser los mejores, sino la plenitud de
saber, de dominar técnicas y virtudes, de hacer amistades y de
divertirse celebrando la vida en compañía. Para ellos y ellas no
hay mayor motivación que la de encontrar significado a sus vidas a
través de lo que hacen, que la de lograr maestría en lo que
desempeñan, que la de gozar con lo que emprenden, que la de ser
mejores y mejorar al mundo que les rodea.
Leo
entre las líneas de la lección de Marcelo Bielsa al joven Mendy la
máxima del viejo Aristóteles: “Lo mejor es con frecuencia enemigo
de lo bueno”, y pienso que, digan lo que digan, mi trabajo como
educador, como entrenador, no consiste en forjar estrellas o ganar
títulos, sino en ayudar a los jóvenes a encontrar su camino
liberados de interesadas presiones. Al fin y al cabo, como dice el
loco, no
hay
ningún problema en querer ser alguien amado por los dioses, pero
tampoco lo hay en conformarse con ser sinceramente querido por uno
mismo
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