Una primavera más, como tantos y tantos años anteriores y por venir, se acerca el momento que tan bien representa la grandeza y la miseria de la competición deportiva. Todos los apasionados del deporte estaremos en estos días muy pendientes del desenlace de ligas grandes y pequeñas, nacionales o locales, de dentro o fuera de nuestras fronteras. Será el momento de play-offs a cara de perro y finales de infarto; el momento de la épica y del drama, de los instantes de gloria y de los sueños rotos.
Reconozco
que no soy un devoto del deporte profesional y mucho menos del
fútbol, pero en los últimos tiempos he empezado a interesarme por
las andanzas del Atlético de Madrid, el equipo al que mi padre me
enseño a seguir y que yo he ignorado durante muchísimos momentos de
mi vida. Como los hinchas del Atleti, especialmente la chavalería
que empieza a subirse al carro rojiblanco, me estoy dejando convencer
por el mensaje epicúreo de Diego Pablo Simeone que insiste en
“disfrutar cada
minuto, cada entrenamiento, cada partido”
sin plantearse ninguna meta más allá de la realidad de ese
instante.
Simeone
es un entrenador lleno de coraje y sentido común que ha obrado el
milagro de que un grupo de superprofesionalizados jugadores,
acostumbrados al resultadismo, crean en la máxima de Horacio:
contentar el alma con lo actual desterrando todo temor al futuro. Y
así, partido a partido, entrenamiento a entrenamiento, minuto a
minuto, el Atleti ha llegado a ocho jornadas para el final del
campeonato a desatar todos los miedos e incertidumbres de Barça y
Madrid, las inmensas escuadras que, por el contrario, se construyen
año a año con el exclusivo fin de lograr títulos.
Como
entrenadores de formación tenemos en estos equipos dos modelos
educativos bien definidos. No tengo dudas al apostar por el de
Simeone. Me gustaría enseñar a mis jugadores y a mis jugadoras –
como imagino que él enseñará a su vestuario – que la competición
es, como la vida, un viaje que acaba más tarde o más temprano, y en
el que lo importante no es el destino sino el trayecto. Si en el día
a día, en el entrenamiento a entrenamiento, en el partido a partido,
nos hemos hecho mejores jugadores y mejores personas; si hemos
aprendido a respetarnos a nosotros mismos y a los rivales; si nos
hemos auxiliado en los momentos de flaqueza; si nos hemos sentido
orgullosos de nuestro quehacer; si hemos caminado juntos y juntos
hemos sufrido y disfrutado; si hemos dado lo poco o mucho que cada
cual tenía a cambio de recibir lo mejor de todos, el camino habrá
merecido la pena al margen de haber quedado campeones o no haber
ganado ni uno solo de nuestros partidos.
La
pista central de Wimbledon está presidida por estos versos de Rudyar
Kipling, tan cercanos a la filosofía del Cholo Simeone: “Encuéntrate
con el triunfo y con el fracaso y trata a ambos impostores de la
misma manera”. En tiempo de finales y play-offs no olvidemos
que el deporte es simplemente una de las mejores oportunidades que un
ser humano tiene de mejorarse a sí mismo con la ayuda de otros (nada
más, nada menos) y empleemos nuestro
inexorable
minuto en recorrer una distancia que realmente valga sesenta
segundos.
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