original publicado en la Revista Basket Fem Diciembre 2013
Estos días
hemos escuchado en clase de filosofía una antigua canción de Pink
Floyd que habla del tiempo y de la extendida costumbre entre la
juventud de perderlo en naderías, como si su cuenta corriente de
minutos dispusiera de un crédito ilimitado. No he hablado demasiado
bien del mensaje de Time, que así se llama la pieza. Al
contrario, les he transmitido a mis estudiantes que vivir no es un
problema de economía del tiempo sino de prodigalidad de
oportunidades y que la mayoría de las veces eso que los adultos
llamamos “perder el tiempo”, ese “no hacer nada” que tanto
nos enerva de los jóvenes, coincide con momentos de plenitud que
sería delito desaprovechar. Les mencioné como ejemplo el juego,
recordando la última campaña de una conocida marca de refrescos
sin burbujas que ha tenido la feliz ocurrencia de reivindicar la
desbordante imaginación y la infinita creatividad que es capaz de
desplegar un individuo de la especie humana, si no median prejuicios
y acomodamientos, cuando se pone en sus manos un simple palo, una
piedra o una caja de cartón. Por el poder del juego, la desnuda
realidad de la madera, la piedra o el cartón es transformada en
varita mágica, joya extraterrestre o nave ultraveloz con la que
surcar el firmamento sin salir del salón de casa.