“¿Pito
Vilanova? No se quién es ese Pito”. En estos términos se refería
el multilaureado y polimediático técnico José Mouriño al entonces
casi desconocido Tito Vilanova, entrenador ayudante del FC Barcelona,
justo después de que su equipo, el Real Madrid, perdiera la
Supercopa de España frente al conjunto catalán (“un título
pequeñito”, decía “Mou”) y él, como consecuencia de una
bronca en la banda,
se acercara por la espalda a Tito y le metiese un dedo en el ojo. El
resto es historia negra del madridismo: Mouriño acabó abandonando
el Madrid sin jamás disculparse por su gesto y su ninguneo al
recientemente fallecido Tito Vilanova – quizás el más sonado de
una larga lista de agravios y menosprecios tanto a rivales como a
jugadores y compañeros de su propio club – pasará a los anales
del deporte.
No
coincido con Gustave
Flaubert en que se puede calcular lo que valemos por la entidad de
nuestros antagonistas. Como tantos otros casos, el de Mouriño con
Vilanova demuestra que la mayor parte de los despreciadores carecen
de la grandeza y profundidad que el genial escritor francés
presuponía en sus enemigos. Más bien son, como diría Nietzsche,
venenosas moscas de mercado, espíritus pequeños y mezquinos que se
enorgullecen de derribar edificios de roca escavándolos como gotas
de lluvia o yerbajos.