Original publicado en la revista Basket Fem. Octubre 2013
Mi amigo y compañero Sergio Risoto (@sergiorisoto) suele decir con mucho acierto que un buen entrenador consigue que sus jugadoras confíen en él, pero que un entrenador excelente logra que sus jugadoras confíen en sí mismas. Creo que el talento al que se refiere Sergio, y que en él brilla con prodigiosa nitidez, es deseable no solo para entrenadores sino también para padres, madres y compañeras de equipo. De todos los juicios a los que se somete una jugadora, el más importante es el suyo propio y a la formación de ese juicio contribuyen decisivamente las personas más cercanas.
Cuando en mis clases hablo de la autoestima suelo proponer a los
estudiantes el siguiente juego: doy a cada uno un trozo de papel que simboliza
la cantidad total de autoestima con la que cada
cual cuenta. A continuación voy relatando una serie de acontecimientos
cotidianos y pido que cada uno le arranque al papel un trozo equivalente a la
confianza en sí mismo que dicho acontecimiento le haría perder. Siempre las
rasgaduras más importantes se producen cuando leo supuestos relacionados con
minusvaloraciones de su persona y nefastos augurios de su porvenir procedentes
de quienes son para ellos referentes vitales básicos: padres, amigos,
maestros... He visto a algún estudiante acabar con la totalidad del papel tras
escuchar un par de desafortunados supuestos de ese género.
La adolescencia es una de las fases más críticas en el desarrollo de la
autoestima. La chica necesita forjarse una identidad firme y conocer a fondo
sus posibilidades como individuo. Si durante esta etapa la ayudamos a forjar un
sólido autoconcepto, le será relativamente fácil superar la crisis y alcanzar
la madurez. Si la hacemos sentir poco valiosa, correrá el peligro de buscar la
seguridad que le falta por caminos aparentemente fáciles y gratificantes, pero
a la larga destructivos.